A medida que revisamos estudios o programas relacionados con la soledad no deseada, constatamos que, frecuentemente, se produce una confusión en relación con el fenómeno que es objeto de interés o atención.
La soledad no deseada, como sentimiento o vivencia personal y subjetiva, cuenta con una notable tradición de conceptualización, evaluación, estudio y abordaje. Así, por ejemplo, es considerable el consenso o confluencia en relación con los instrumentos para medirla (como la escala De Jong Gierveld o la de la UCLA).
Sin embargo, normalmente, la preocupación o incluso la alarma expresada en relación con la soledad no deseada suele presentarse en referencia a casos (especialmente de personas mayores) en los que, junto con la soledad, muchas veces no deseada (y su correlato objetivo, el aislamiento social), concurren en la persona limitaciones funcionales, carencias económicas o problemas habitacionales que interactúan con la soledad y el aislamiento, generando riesgos para la salud, la subsistencia material o la seguridad física de la persona e incluso de personas de su entorno.
Nos encontramos, más bien, ante situaciones de vulnerabilidad o exclusión social, con un importante componente, seguramente, de exclusión relacional (familiar y comunitaria) y, como suele suceder en buena medida en las situaciones y procesos de inclusión y exclusión social, con un importante componente estructural, con unos fuertes determinantes sociales de la situación de soledad.
Si una persona se encuentra en una situación estabilizada y prolongada de exclusión relacional (y social, en general) o si concurren en ella varios factores de vulnerabilidad o exclusión (como el relacional, el habitacional, el laboral o el económico) y si, además, el fenómeno es creciente y le sucede a ésta como a muchas otras personas, el diagnóstico y el abordaje no puede ser el mismo que si esa persona (junto a otras pocas) se encuentra en una situación de soledad no deseada en un contexto estructuralmente inclusivo desde el punto de vista relacional y, en general, social.
Es más, en la medida en que más personas se encuentran en una situación de vulnerabilidad o exclusión relacional, podemos encontrarnos ante un fenómeno sistémico de insostenibilidad relacional de la vida, ya que la vida humana sólo puede suceder en un marco de interdependencia relacional y social. No es la misma la estrategia para acompañar a una persona a reintegrarse a una trama relacional tupida en comunidades y sociedades inclusivas que para reconstruir un tejido comunitario altamente fragmentado o dañado en un contexto de segregación territorial y desigualdad económica.
Y todavía más. Incluso es posible que estrategias escoradas a lo individual y paliativo, en un contexto de fragilidad, fragmentación, exclusión e insostenibilidad estructural, puedan llegar a ser contraproducentes, reforzando los procesos de estigmatización o las asimetrías sociales.
(Reflexiones en el contexto del proyecto Bizkaia Saretu, de la cooperativa de economía solidaria Servicios Sociales Integrados, a cuya última sesión pertenece la fotografía.)