En la conversación pública tratamos frecuentemente sobre lo que podríamos llamar el sistema político, es decir, sobre los mecanismos para la toma de decisiones públicas y sobre el sentido de dichas decisiones. Hablamos de leyes y presupuestos, de programas y actuaciones. Ese que estamos denominando sistema político merece, sin duda, nuestro interés y esas decisiones que llamamos públicas o políticas, desde luego, afectan a nuestra existencia, impactan en la vida de la gente, en la satisfacción o no de sus necesidades. Sin embargo, cuando participamos en dicho sistema político, sentimos que, por debajo (si se permite la metáfora) hay otras capas de realidad, densa, que se resiste a ser transformada con facilidad, que tienen su propia estructura e inercia. Veamos.
Así podríamos identificar una siguiente capa que llamaríamos sistema de protección social (capa 2). Muchas decisiones del sistema político son sobre el sistema de protección social pero éste, a su vez, tiene una dinámica propia, una vida propia, en función de sus estructuras y de la existencia de unos bienes públicos más o menos garantizados por unos poderes públicos, de unos derechos sociales que, más o menos, podemos reclamar. Desde el sistema político (capa 1) podemos modificar el sistema de protección social (capa 2) pero las transformaciones del sistema de protección social llevan su tiempo, que muchas veces se mide en décadas (pensemos en las pensiones o la educación, por ejemplo).
Pero hemos de seguir bajando, profundizando, sumergiéndonos en una nueva capa de la realidad social que llamaremos sistema productivo. Entre otras cosas porque el sistema de protección social (capa 2) sólo está en condiciones de garantizar o proporcionar bienes que puedan ser producidos. Hace dos años, por ejemplo, nuestro sistema de protección social estaba formalmente en condiciones de garantizar vacunas para la covid pero no podía proporcionarlas simplemente porque no existían, porque nadie las había producido. La producción de bienes (que podrán ser, por ejemplo, privados, públicos, comunes o relacionales) es un asunto que tiene mucho que ver con el conocimiento (y sus exigentes procedimientos y largos tiempos) y que es previo, lógicamente, a su distribución o provisión, por ejemplo, mediante el sistema de protección social.
Y aún podríamos encontrarnos con una cuarta capa por debajo del sistema productivo, que podríamos denominar sistema relacional. Porque antes (como base) de nuestra productividad están nuestras relaciones de interdependencia con otras personas, nuestros contratos de relación de muy diferente tipo que determinan nuestra integración o inclusión en la sociedad o nuestro grado de vulnerabilidad o exclusión social. Si decíamos que los cambios del sistema de protección social (capa 2) toman décadas, posiblemente, las transformaciones del sistema relacional (capa 4) necesitan períodos de cincuenta años para ser claramente perceptibles (pensemos, por ejemplo, en la resistencia al cambio de las relaciones desiguales de género).
Como agentes transformadores de la realidad social es crucial que acertemos en la identificación del nivel o capa en el que estamos operando y desencadenando efectos. En este momento, por ejemplo, en materia de cuidados de larga duración y convivencia comunitaria, posiblemente, queremos tomar decisiones políticas (capa 1) que modifiquen rápidamente el sistema de protección social (capa 2) dando por supuesto que tendremos los productos, servicios, cualificaciones y tecnologías necesarias (capa 3) y sin advertir que, seguramente, hay importantes fracturas o tensiones en las estructuras o contratos de relación entre las personas (capa 4) que desbaratan nuestras intenciones e intentos.